Por Carlos José Marques
20/06/2011
El boliviano Evo Morales acaba de instituir uno de los mayores premios al crimen organizado de que se tenga noticia e la historia de la humanidad.
Él resolvió legalizar a los automóviles que circulan de manera irregular en su país. Vehículos robados e incluso de contrabando, traídos principalmente de países como Brasil y Chile, convertidos, de la noche a la mañana, en productos legales, con documentación al día y listos para su uso, sin riesgo de confiscación por la policía local. Según una estimación conservadora hay más de diez mil vehículos coches brasileños, vendidos por bandidos a cambio de drogas, circulando por ciudades como la capital La Paz.
Cerca de cuatro de cada diez automóviles del parque automotor boliviano tiene ese origen. El flojo control en frontera, la convivencia de fiscales corruptos y la vista gorda del gobierno permitió el avance de un esquema escandaloso tráfico de vehículos, donde los más afectados son los legítimos dueños reales, las compañías de seguros y la industria automotriz en general. El fanfarrón Morales, al que le lleva hacia delante el populismo con el patrimonio ajeno, hace unos años compró una refinería de petróleo de Petrobras.
Nacionalizó la planta de marras en gran parte, con poca, casi nula, resistencia de las autoridades brasileñas. Ahora, una vez más, se percibe cierto abandono diplomático por esta confiscación. ¿En nombre de qué el Brasil se calla ¿Es la tan cacareada buena vecindad? Si las relaciones con los socios latinos deben estar guiadas por una mezcla de pasividad y gruesos daños a los ciudadanos, sería mejor el camino de la represalia.
Morales está estimulando, sin protestas, un conjunto de actos ilícitos que da rienda suelta a ladrones, receptores y una amplia gama de marginales –muchos operan desde las cárceles.
Esta peligrosa concesión también puede sumir al continente más profundamente en el laberinto de la ilegalidad y el subdesarrollo. De donde el Brasil, a cualquier costo y con mucho esfuerzo, en los últimos años está tratando de salir.
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