Saca de la Caja

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Instinto e imaginación


Iba de pie en el autobús atestado de gente. A veinte centímetros de mi cara, dos niños hacían cabriolas sobre un asiento. Se asomaban por la ventana, reían. Eran encantadores. De pronto, uno de ellos se acercó peligrosamente a mi nariz. Olía a maíz seco. Sentí náuseas. Vomité.

En realidad, no vomité, pero debí hacerlo. Habría sido una cuestión de justicia echar un chorro potente y demoníaco sobre la cantidad de seres humanos que me aplastaba sin ningún reparo, haciendo alarde de su derecho a viajar en transporte público, el mismo derecho que tenía yo y no reclamaba con igual prepotencia. Me habría encantado llenar de restos de arroz y bilis a la chiquilla que se hacía la dormida en uno de esos asientos para “ancianos, discapacitados, mujeres con niños y embarazadas”, en tanto un viejo con pinta de mendigo luchaba por sostenerse de los asideros, colgados medio metro más arriba de su cabeza, o a aquella señora cómodamente sentada, que había colocado a su nena de año y poco en el sitio de al lado, en vez de llevarla en su regazo para dejar lugar.

Pero no vomité. Hice lo posible por alejar mi nariz del niño de maíz y, de puntillas, me asomé por una ventanilla abierta. A veces, el smog es más agradable que el hedor a humanidad.

Ya hace un mes que lo tenemos confirmado, van 8 semanas a día de hoy. Algunas personas se han esmerado en advertirme que, antes de los 3 meses, los embriones y fetos se pueden “soltar”, así que es mejor “no darlo por hecho”. Hay que comprender, son malas experiencias proyectadas hacia el infinito. Y sí: aquí, en este pueblo donde Cristo perdió las sandalias, hemos quedado encinta y empieza el viaje a lo desconocido.

Una cyber-amiga (sólo tengo cyber-amigas por el momento) me ha regañado por llamarle “embrión” al “bebé” (cuando era embrión, claro), pero soy realista: por entonces, el/la bebé era un embrión. Ahora es un feto y después, será una cría humana propiamente dicha. De cualquier forma, es nuestro bebé y, al menos yo, me encuentro en la ardua tarea de aprender a quererle racionalmente (el padre ya está feliz y pletórico de amor, dichoso él).

He descubierto que ese amor maternal romántico tan publicitado no se da de buenas a primeras. Ahora mismo soy más bestia y más instintiva que nunca: he enviado a la mierda un par de parientes contemporáneas por ponerme en situación de riesgo (las típicas consejeras bienintencionadas que sólo están pensando en plata y el qué dirán); el vino, la cerveza y el café han empezado a darme asco; he mejorado notablemente mi alimentación e intento seguir todas las indicaciones de la ginecóloga para que el embarazo marche bien. Por fortuna, me ha tocado una médica progresista, de esas que no tienen miedo a los gatos (entre otras cosas, porque se ha informado bien sobre la toxoplasmosis).

Hablando de gatos, el primer ginecólogo que me vio (donde fui a hacerme los análisis) me ordenó “deshacerme” de la gata que tenemos en casa. ¿Cómo se deshace una de un ser vivo? Acto seguido, extendió una extraña receta para la cistitis. Compré las pastillas de inmediato pero luego no las pude tomar, algo me supo mal. Busqué el prospecto en Internet (bendita Internet, me trae amigas, amigos e información útil) y, ¡oh, sorpresa!, el buen hombre me había dado pastillas para el cólico de ovarios*. Hijo de mil perros. Cabrón. Puto pueblo.

¿Lo ven? Instinto puro.

Supongo que toda primeriza pasa por historias parecidas, sentimientos encontrados y ninguna idea de qué hacer. Estar embarazada es bonito, pero, al menos durante estas semanas, resulta bastante fastidioso. No siento amor inmenso por el/la bebé-feto que tengo dentro, entre otras cosas porque el asunto sólo me da molestias (punzadas en el vientre, dolor en los senos, bajones de ánimo, sofoco, agotamiento, ansiedad, pestilencia generalizada, náuseas, entre otros).

Quizás cuando pase el “período de riesgo”, sienta el latido de su corazón, empiece a patear y sea absolutamente indiscutible su presencia, podré permitirme ser romántica. Por ahora, sólo me queda disfrutar de los momentos en que las hormonas están quietas e imaginar...

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* Los medicamentos para el cólico menstrual suelen relajar el útero. Cualquier relajante de este tipo, incluyendo hierbas como la ruda, podrían poner en riesgo al embrión e incluso provocar un aborto. 



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